sábado, 7 de diciembre de 2013

Sally Hallem: The awakening - Capítulo 2: En el espejo

La alarma del despertador sonó a la hora programada, a las seis y media de la mañana. No tuve fuerzas para detenerla por mi cuenta, no después de otra noche sin dormir apenas, así que esperé a que se apagara por si sola. Como de costumbre, aunque hoy en otro lugar, me siento en la cama antes de levantarme para asimilar que es momento de despertar y que otro día, para bien o para mal, comienza. Me pongo en pie y me dirijo hacia la única ventana de la habitación para ver caer la lluvia que oigo de fondo desde la madrugada. Aprovecho para pensar en alguna razón por la que la misma pesadilla me atormenta, pero sigo sin verle alguna lógica, tal vez cuando llegara a mi destino lo averiguase o, tal vez, perdiera el tiempo. La sintonía de mi teléfono móvil interrumpe mis pensamientos, me acerco a la mesa auxiliar que es donde se encuentra y leo en la pantalla el nombre del que llama “Editorial”. Demasiado temprano para una llamada y más tratándose de una editorial, sin embargo, me alegró que así fuera, hacía días que la estaba esperando.

- ¿Diga? – Contesté.

- ¿Es usted el señor Harries? -

- Sí, soy yo - Dije.

- Soy Berman Stally, le llamo de la editorial “Novelas en tinta”, usted nos presentó una copia de su libro la semana pasada, ¿no es cierto? -

- Sí, así es, ¿qué noticias tiene para mí? – Pregunté a la espera de buenas noticias.

- No las que espera, me temo –

- ¿Qué quiere decir? –

- Lamento comunicarle, señor Harries, que hemos revisado su libro y no estamos interesados en publicarlo –Informó.

- ¿Puedo saber por qué? –

- Nuestra editorial es muy selectiva, señor Harries, no toleramos historias como la suya, creemos que no es adecuada para lectores adolescentes – Explicó.

- ¿Qué no es adecuada? ¿En que se basan para confirmar que no es adecuada para adolescentes? –

- Luchamos para que lectores jóvenes lean historias con las que puedan aprender y sentirse identificados, y desde luego su novela no es el ejemplo que buscamos –

- No estoy de acuerdo con usted respecto a que no pueden aprender nada de mi historia, además, no recuerdo que me informaran de los requisitos de su editorial – Comenté indignado.

- Le sugiero que lo intente en cualquier otra editorial, señor Harries, y si quiere mi opinión más sincera, le aconsejo que abandone y se dedique a otra cosa –

- Tendré en cuenta su opinión, señor Berman, tenga usted presente también la mía: le aconsejo que deje de leer novelas para adultos y empiece primero por las historias infantiles, tal vez esas sí las entienda y, quien sabe, tal vez aprenda algo de ellas - Terminé finalizando la llamada.

No me indignó que no aceptaran mi novela, estaba acostumbrado a que otras editoriales me la rechazaran, lo que no me pareció correcto fue su opinión. Pienso que los adolescentes no quieren leer un género en concreto, cada cual tiene sus gustos y eso les lleva a comprar el libro que quien leer, por tanto, es cierto que mi novela no guste a unos cuantos, pero de ahí a suponer que no es correcta para algunos es opinar por boca de otros. Aún así, lo seguiré intentando hasta que no me queden más editoriales a la que presentar mi libro, supongo que alguna me aceptará tarde o temprano. De todas formas, en estos momentos mi prioridad es otra, estoy ansioso por averiguar la existencia de mis pesadillas, quiero volver a dormir  como cuando era niño y amanecer de un humor diferente.

Camino hacia la nevera y la abro con la esperanza de que haya dentro algo con lo que poder desayunar, pero su interior, como el resto de la habitación, hace justicia a la pésima calidad del motel. Estaba completamente vacía, al igual que mi estómago. Podría haberme permitido una habitación en mejores condiciones, pero este motel de carretera era lo único que encontré en seis horas de viaje, y creedme, estaba lo suficientemente agotado de conducir y de no dormir como para no tener en cuenta su estado. Hubiera sido capaz de tumbarme encima de una caja de cartón, aunque en vista de lo que había pagado por la habitación la caja de cartón hubiera sido igual de cómoda que la cama y además gratuita. En vista que no voy a poder desayunar nada en estos momentos, me dispongo a preparar las prendas de ropa que hoy llevaré; unos pantalones vaqueros de color negro, una camisa blanca de botones, una chaqueta de cuero a la altura de la cintura y unos zapatos negros. Una vez organizada la ropa, me adentro en el cuarto de baño, me deshago de las prendas que llevo hasta quedar desnudo y me ubico en la bañera para asearme. Como es de suponer, la opción de ducharme con agua caliente es nula, únicamente podía con agua fría, lo que significaba que con el frío que de por si hacía por la humedad de la calle y el agua congelada, iba a acabar titiritando y con los vellos en punta. Con las palmas de mis manos en los azulejos de la pared, el agua cayéndome por la espalda igual de fría que el hielo y escuchando el sonido de los truenos que se manifiestan más allá de la ventana, recuerdo con pelos y señales las escenas más impactantes de mi pesadilla. Minutos más tarde, todo el sonido de fondo (el agua, los truenos, las cañerías, el viento golpeando la ventana, etc.) Desciende poco a poco y siento que alguien, no sé quién y con voz de mujer, susurra a mis espaldas las palabras “ven a mí, yo te indicaré el camino”. No manifiesto ningún tipo de miedo, no es la primera vez, dicha voz la había oído antes susurrarme las mismas palabras, normalmente en situaciones similares a esta. Sin embargo, esta vez ocurre algo diferente, no solo oigo la voz que me susurra “ven a mí, yo te indicaré el camino” también siento el aliento de quien me habla en la nuca, como si quien fuera que susurrase estuviera justo detrás. Me asusto, lo admito, pero procuro que no se note, de hecho, me lleno de valor para intentar por primera vez comunicarme con ella.

- ¿Qué quieres de mí? – Pregunto.

La presencia parece haberse ido cuando sin esperarlo muestra vida inteligente y responde “Encuéntrame, libérame”. Aprovecho que se comunica para seguir preguntándole.

- ¿Eres la mujer de mis pesadillas? –

La presencia esta vez no responde, pero se mantiene un rato más a mi espalda, continúa respirándome en la nuca y, para variar, decide acercarse un poco más de lo normal, más concretamente a mi oreja.

- Libérame y seré tuya para siempre – Susurra la presencia.

Tal vez, lo que ocurrió a continuación fue solo una mala pasada de la imaginación o a causa del  agotamiento por no dormir, pero juraría que la mano de la presencia se posó en mi cintura y con delicadeza la condujo hacia mi pene para agarrarlo con fuerza. Automáticamente, y aterrorizado como es obvio,  me di la vuelta deprisa y esperé verla, pero no había nadie, y si antes estaba, había sido más rápida que yo para desaparecer. Después de recuperar la cordura y que los sonidos ambientales volvieran a oírse como era natural, cerré el grifo para cortar el agua y salí de la bañera. Inexplicablemente, en el espejo del cuarto de baño estaba escrito con sangre las palabras “Sally Hallem” curiosamente el nombre del pueblo de mis pesadillas y al que tengo interés en llegar. 



viernes, 6 de diciembre de 2013

Sally Hallem: The awakening - Capítulo 1: La pesadilla (Parte uno)

La misma pesadilla me atormenta noche tras noche y no me permite descansar en paz. Despierto repentinamente tumbado en una camilla de urgencias, atado de pies y manos y sin modo de escapar. Intento liberarme de algún modo hasta que de fondo oigo gritar a una mujer, ruega auxilio y repite varias veces  las palabras “No estoy loca, sé lo que vi, no estoy mintiendo”.  Dejo de oírla gritar después de que una puerta se cierra bruscamente, es entonces cuando por alguna razón que desconozco la habitación donde me encuentro tiñe de sangre las paredes. Por consiguiente, un enfermero irrumpe en mi habitación arrastrando una segunda camilla con un segundo paciente atado de pies y manos, la diferencia es que este está desnudo y al parecer fallecido. Aprovecho el momento en que lo ubica a mi lado para preguntarle donde me encuentro, pero no parece querer escucharme. El enfermero, ignorando mi presencia, reúne herramientas médicas en una bandeja y sin algún tipo de escrúpulos comienza a utilizarlas en el cadáver. Primero, con la ayuda de un escalpelo, divide en dos el pecho del paciente, luego extrae su corazón y lo deposita a un lado de la misma bandeja. Posteriormente, vuelve a unir las dos mitades del pecho con una grapa quirúrgica, y sin demorarse, procede abriendo la boca del paciente y amputándole la lengua con unas pinzas. A continuación, cose la boca de este con aguja e hilo y cuando finaliza se sitúa a un lado de la cabeza para llevar a cabo su último propósito: extraerle el cerebro. El enfermero agarra una hoja de afeitar de la bandeja y la usa para separar el tejido que cubre el cerebro. Después, con un martillo también quirúrgico, golpea varias veces los huesos del cráneo para deshacerse de ellos y tomar el cerebro sin ninguna complicación. Para enlazar nuevamente la parte de la cabeza extraída, usa la grapadora que anteriormente utilizó para unir los dos extremos del pecho. En vista que finaliza su trabajo, guarda los tres órganos amputados del paciente en botes independientes, estos de diferentes dimensiones y llenos de lo que a simple vista parece ser agua amarillenta. El enfermero abandona la habitación llevándose consigo los botes, y yo, aterrorizado por haber sido testigo de dicha escena, procuro intentar liberarme de nuevo. Por más que lo intento es imposible, quien fuera que me haya atado lo hizo de forma que no pudiera desatarme sin la ayuda de alguien. Agotado por los intentos de soltarme, grito a los cuatro vientos que alguien me ayude, pero tampoco parece dar resultado. De repente, el mismo enfermero regresa a la habitación y se lleva fuera al paciente que hasta hace unos instantes estaba tratando.  Yo aprovecho su regreso para rogarle que me suelte pero continúa negándose a escucharme. Me quedo solo en aquella habitación, aún atado a la camilla y muerto de miedo. Afortunadamente, según como se mire, el enfermero regresa por tercera vez a la habitación y esta vez para atenderme. Sin embargo, sigue sin querer escuchar mis ruegos, solo se limita a llevarme fuera y arrastrarme por el pasillo del supuesto hospital. A medida que avanzábamos, yo echaba un breve vistazo a lo que ocurría en las siguientes habitaciones a través de los cristales, de ese modo, empiezo a sospechar que no me encuentro en ningún hospital, no en un hospital de urgencias, a juzgar por lo que estaba viendo me encontraba en un hospital psiquiátrico. Pacientes vestidos con mi misma vestimenta, es decir, una bata de color azul oscuro, ocupaban el resto de las habitaciones. Algunos simplemente paseaban en el interior, otros estaban tumbados e igual atados que yo, otros golpeaban la puerta con el fin de que la abrieran, otros estaban sentados en el suelo y otros con las manos en la cabeza se balanceaban de un lado a otro. Como es obvio, no tenía por qué estar en un hospital psiquiátrico, no estaba loco ni nada parecido, y que yo recuerde no había cometido ningún delito como para ingresarme en él, así que, me negaba a que el enfermero me siguiera arrastrando por el pasillo. Le gritaba que no estaba loco, que quería volver a casa, que me desataran inmediatamente y que no tenían ningún derecho en hacerme lo que me estaban haciendo. Pero como era de suponer, el enfermero no iba a tener en cuenta nada de lo que le dijera por mucho que le gritara, de hecho, lo único que iba a conseguir era quedarme sin aliento.  Después de atravesar el pasillo, el enfermero me adentra en un ascensor y pulsa el botón del último piso. Él abandona el ascensor antes de que se cierren las puertas sin decir palabra y yo me quedo solo a la espera de llegar al último piso. En cuanto se abren de nuevo las puertas, un enfermero distinto me saca del ascensor y me empuja por el pasillo. No oigo más que lamentos de pacientes de ambos sexos, gritos, golpes, frases sin sentido y risas escalofriantes. Me situaba ahora en el piso de las celdas, donde los enfermeros encierran a los pacientes y mínimamente los tratan. Pienso que voy acabar en el interior de una de ellas cuando sin esperarlo el enfermero deja de arrastrar la camilla, retrocede sus pasos hasta el ascensor y baja por él. Vuelvo a quedarme solo y sin nada que poder hacer, tan solo puedo dedicarme a seguir escuchando los manifiestos de los pacientes encarcelados.