viernes, 6 de diciembre de 2013

Sally Hallem: The awakening - Capítulo 1: La pesadilla (Parte uno)

La misma pesadilla me atormenta noche tras noche y no me permite descansar en paz. Despierto repentinamente tumbado en una camilla de urgencias, atado de pies y manos y sin modo de escapar. Intento liberarme de algún modo hasta que de fondo oigo gritar a una mujer, ruega auxilio y repite varias veces  las palabras “No estoy loca, sé lo que vi, no estoy mintiendo”.  Dejo de oírla gritar después de que una puerta se cierra bruscamente, es entonces cuando por alguna razón que desconozco la habitación donde me encuentro tiñe de sangre las paredes. Por consiguiente, un enfermero irrumpe en mi habitación arrastrando una segunda camilla con un segundo paciente atado de pies y manos, la diferencia es que este está desnudo y al parecer fallecido. Aprovecho el momento en que lo ubica a mi lado para preguntarle donde me encuentro, pero no parece querer escucharme. El enfermero, ignorando mi presencia, reúne herramientas médicas en una bandeja y sin algún tipo de escrúpulos comienza a utilizarlas en el cadáver. Primero, con la ayuda de un escalpelo, divide en dos el pecho del paciente, luego extrae su corazón y lo deposita a un lado de la misma bandeja. Posteriormente, vuelve a unir las dos mitades del pecho con una grapa quirúrgica, y sin demorarse, procede abriendo la boca del paciente y amputándole la lengua con unas pinzas. A continuación, cose la boca de este con aguja e hilo y cuando finaliza se sitúa a un lado de la cabeza para llevar a cabo su último propósito: extraerle el cerebro. El enfermero agarra una hoja de afeitar de la bandeja y la usa para separar el tejido que cubre el cerebro. Después, con un martillo también quirúrgico, golpea varias veces los huesos del cráneo para deshacerse de ellos y tomar el cerebro sin ninguna complicación. Para enlazar nuevamente la parte de la cabeza extraída, usa la grapadora que anteriormente utilizó para unir los dos extremos del pecho. En vista que finaliza su trabajo, guarda los tres órganos amputados del paciente en botes independientes, estos de diferentes dimensiones y llenos de lo que a simple vista parece ser agua amarillenta. El enfermero abandona la habitación llevándose consigo los botes, y yo, aterrorizado por haber sido testigo de dicha escena, procuro intentar liberarme de nuevo. Por más que lo intento es imposible, quien fuera que me haya atado lo hizo de forma que no pudiera desatarme sin la ayuda de alguien. Agotado por los intentos de soltarme, grito a los cuatro vientos que alguien me ayude, pero tampoco parece dar resultado. De repente, el mismo enfermero regresa a la habitación y se lleva fuera al paciente que hasta hace unos instantes estaba tratando.  Yo aprovecho su regreso para rogarle que me suelte pero continúa negándose a escucharme. Me quedo solo en aquella habitación, aún atado a la camilla y muerto de miedo. Afortunadamente, según como se mire, el enfermero regresa por tercera vez a la habitación y esta vez para atenderme. Sin embargo, sigue sin querer escuchar mis ruegos, solo se limita a llevarme fuera y arrastrarme por el pasillo del supuesto hospital. A medida que avanzábamos, yo echaba un breve vistazo a lo que ocurría en las siguientes habitaciones a través de los cristales, de ese modo, empiezo a sospechar que no me encuentro en ningún hospital, no en un hospital de urgencias, a juzgar por lo que estaba viendo me encontraba en un hospital psiquiátrico. Pacientes vestidos con mi misma vestimenta, es decir, una bata de color azul oscuro, ocupaban el resto de las habitaciones. Algunos simplemente paseaban en el interior, otros estaban tumbados e igual atados que yo, otros golpeaban la puerta con el fin de que la abrieran, otros estaban sentados en el suelo y otros con las manos en la cabeza se balanceaban de un lado a otro. Como es obvio, no tenía por qué estar en un hospital psiquiátrico, no estaba loco ni nada parecido, y que yo recuerde no había cometido ningún delito como para ingresarme en él, así que, me negaba a que el enfermero me siguiera arrastrando por el pasillo. Le gritaba que no estaba loco, que quería volver a casa, que me desataran inmediatamente y que no tenían ningún derecho en hacerme lo que me estaban haciendo. Pero como era de suponer, el enfermero no iba a tener en cuenta nada de lo que le dijera por mucho que le gritara, de hecho, lo único que iba a conseguir era quedarme sin aliento.  Después de atravesar el pasillo, el enfermero me adentra en un ascensor y pulsa el botón del último piso. Él abandona el ascensor antes de que se cierren las puertas sin decir palabra y yo me quedo solo a la espera de llegar al último piso. En cuanto se abren de nuevo las puertas, un enfermero distinto me saca del ascensor y me empuja por el pasillo. No oigo más que lamentos de pacientes de ambos sexos, gritos, golpes, frases sin sentido y risas escalofriantes. Me situaba ahora en el piso de las celdas, donde los enfermeros encierran a los pacientes y mínimamente los tratan. Pienso que voy acabar en el interior de una de ellas cuando sin esperarlo el enfermero deja de arrastrar la camilla, retrocede sus pasos hasta el ascensor y baja por él. Vuelvo a quedarme solo y sin nada que poder hacer, tan solo puedo dedicarme a seguir escuchando los manifiestos de los pacientes encarcelados. 


1 comentario:

  1. ¡Me encanta!

    Está muy bien la historia, ¡incluso me he metido en ella!

    Sigue así, mi amor, que vas muy bien =D

    ¡Te amo! <3

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